En un artículo reciente publicado en la revista de sociología más prestigiosa de los Estados Unidos, Alice Goffman describe los efectos de las escalofriantes tasas de encarcelamiento en la vida cotidiana de las comunidades afroamericanas pobres. El impacto de la hiperprisionización de los afroamericanos, nos dice la autora, no puede ser medido exclusivamente en cifras. Hay que indagar en el clima de miedo generalizado y de sospecha mutua que este modo de dominación está teniendo en el ghetto negro.
Sabido es que el sistema carcelario es un mecanismo de reproducción de la de-sigualdad duradera, de transmisión intergeneracional de las desventajas sociales, y de regulación de la vida de los pobres. Sin embargo, el artículo de Goffman nos demuestra que los “regulados” no son víctimas pasivas, inmovilizados por completo en redes de control. Discutiendo con la hipótesis del panóptico foucaultiano, el trabajo etnográfico de Goffman la lleva a cuestionar la idea de una sociedad caracterizada por la creciente vigilancia y un monitoreo completo y constante de los ciudadanos. En el ghetto americano no encontramos, afirma la autora, sujetos bien disciplinados, sino ciudadanos que evaden y resisten a la autoridad, sujetos que están “on the run”, escapándoles a los tentáculos que, en las últimas dos décadas, se han dedicado a “castigar a los pobres” como tan bien lo retrata el sociólogo francés Loïc Wacquant. Argentina ha asistido en las últimas dos décadas a una expansión de su población carcelaria que, en términos porcentuales, se asimila a la experimentada en este país. Si bien existe una diferencia notable en las tasas de encarcelamiento de ambos países (183,5 presos por cada 100.000 habitantes en Argentina, 760 por cada 100.000 en los Estados Unidos), ambos países han sido testigos de un espectacular crecimiento de sus cárceles.Leer completo
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