18 de diciembre de 2009

El huevo de la serpiente

El huevo de la serpiente

"Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí" (Bertold Brecht)


“Es hora de reiterar, sin cansarse nunca, que deberían activarse reflejos inmediatos cuando los garcas de toda la vida empiezan a hablar de violentos, de zurdos, de patotas, de prevenirse, de los derechos del ciudadano de a pie, de las instituciones violadas, de parar como sea a la inseguridad, de la corrupción desenfrenada, del campo que no da más y de los ataques a la prensa. Ya los conocemos a esos tipos. Nos quedamos con sus acusados.” (Eduardo Aliverti – 09-11-2009 Pagina 12 - Con quiénes quedarse)


“Que se te cumplan los deseos era una vieja maldición gitana; sería bueno que el señor Tineshi recibiera de los hados satisfacción completa a su pedido: que su único derecho humano fuera el derecho a la vida. Y que, por lo tanto, perdiera su derecho al trabajo –gran momento–, su derecho a la propiedad –bruto remate–, su derecho a la libre circulación –duro para la 4x4– o, incluso, su derecho a la libertad y lo encerraran en un cuartito oscuro durante, digamos, treinta días –o nueve años, ya que estamos–, o una semana y media, lo que le parezca al carcelero. Todo para complacerlo –y que su único derecho sea el de la vida”. (Martín Caparrós – 05-11-2009 Critica – El derecho a la vida)


Ante una nueva avanzada de la derecha, que intenta pasar por encima de la Constitución y el sistema democrático, es necesario reactualizar algunos puntos para poder realizar una discusión seria sobre el tema. Hoy (de nuevo) la bandera es bajar la edad de imputabilidad (de 18 a 14 años) con la idea de que aquellos que delinquen recapaciten y, como van a ir a la cárcel (y no a un Instituto de Menores, que es un lugar super agradable y donde todos querríamos estar) no realicen los delitos que ahora realizan. Es el argumento central. Es un planteo tan básico, que no merecería respuesta alguna, pero como ya está naturalizado el discurso, es necesario desnaturalizarlo, para buscar sus orígenes y sus “sentidos comunes”.

La idea de baja de imputabilidad se sostiene en algunos pilares: “los menores entran por una puerta y salen por la otra” repiten hasta el cansancio los medios de comunicación y los voceros de la derecha. ¿Esto que significa? Que quienes entran al sistema penal son liberados por jueces inescrupulosos que están mas preocupados por los derechos de los delincuentes que los de las víctimas. ¿Pero quien entra al sistema penal? No los menores de 18, que están protegidos de ir a la cárcel común, y que cuentan con un Regimen Penal Juvenil, un proceso especial oral y sanciones propias de la edad; menos están dentro del sistema penal los menores de 18, ya que su libertad o no, esta librada a la decisión de un juez. Los jóvenes, después del juicio, quedan en un centro de detención para menores (los llamados reformatorios), los menores de 16, estan a cargo de la decisión del juez, que puede decidir su internacion en un centro de rehabilitación o en un psiquiatrico. Pero definitivamente no vuelven porque si a la calle, salvo que la justicia no pueda probar su culpabilidad. Por lo que, vemos, un sistema que aparece como injusto, con lugares de reclusión que no aportan para la recuperación social de los jóvenes, sino para separarlos de la sociedad. Es el núcleo duro de la idea de apartheid que circula por las cabezas de los dirigentes de la derecha nativa. La UCEP de Macri apaleaba gente sin hogar en las madrugadas porteñas, con el objetivo de que se vayan a otro lado. Incluso hay denuncias de que hubo gente trasladada de la ciudad a la provincia. Su compadre Scioli quiere un código contravensional para encerrar a cuanto sospechoso ande libre. ¿Cosas en común entre uno y otro? Si, el deseo de que desaparezcan. Quieren que “los delincuentes” entren por una puerta y no salgan mas a ningún lado. Si se evaporaran en el aire sería mucho mejor para ellos.

“Basta de proteger los Derechos Humanos de los delincuentes –claman las señoras de clase media en la radio – protejan nuestros derechos humanos”, como si los derechos del hombre y el ciudadano se podrían escindir y proteger unos y no otros. O dicho de otro modo, como si los Derechos Humanos pertenecieran a una clase y no a otra. La protección de los Derechos Humanos, como idea, es la de vivir en una sociedad justa. No porque alguien cometa un delito hay coartarle derechos. Eso, aquí y en cualquier lado, se llama venganza. Y por otro lado, sin un sistema justo, no hay ninguna garantía de justicia, que en el tiempo, es lo único que garantiza una reparación moral y espiritual, y es lo que se tiene que tender en las sociedades civilizadas. Aparte de que un sistema injusto, no garantiza que personas inocentes no sean condenadas.

Analicemos estas dos frases y busquemos que vinculación tienen con el principio de inocencia, con la idea de un juicio justo y con el debido proceso. La construcción mediática se encarga de poner estos conceptos (pilares del sistema legal occidental) como obstáculos a la hora de impartir justicia. “No había pruebas suficientes, entonces lo tuvieron que soltar” lanza un exaltado Ricardo Canaletti (esa copia pirata de Enrique Sdrech) en Canal 13 y TN. “Hicieron mal el proceso, por lo que los asesinos están libres”, nos escupe Paulo Kablan en C5N. “los fiscales que armaron mal el proceso ¿se equivocaron o lo hicieron a propósito?” nos vomita Eduardo Feimann en la radio. Estos nombres son emergentes, pero la realidad es que en los medios argentinos (sobre todo en TV y radio) este tipo de cosas son moneda corriente. En vez de explicar que sin un proceso limpio, no hay garantía de justicia, y sin pruebas no hay culpabilidad, se dedican a sembrar dudas. Sembrar dudas sobre jueces y fiscales es el deporte favorito de los periodistas. Una duda, siempre imcomprobable, excita a la audiencia proclive a las conspiraciones, y agita el fantasma del miedo.

El temor y la desconfianza de la sociedad, sumando al bombardeo mediático, realimenta una realidad que duele, pero impide que exista una solución a largo plazo, pues “nos están matando a todos”. Ese es el segundo grito de guerra, pero ¿quien es el nosotros construido y el ellos construido? El nosotros, claramente, es una clase media urbana, decente, que no comete delitos y que sufre una especie de persecución de los malos, que normalmente son jóvenes de clase baja, mayormente morochos, que provienen de villas miseria y que se criaron en un ambiente de descomposición social. La primera es una construcción absolutamente artificial. No hay una clase decente perseguida por malvados. El maniqueísmo le ha hecho muy mal a nuestro país. No se trata de que desaparezcan aquellos que no nos dejan vivir según nuestras costumbres. A principios de siglo, la Liga Patriótica se encargaba de aquellos que no respetaban “nuestra tradición” y los mataban o los obligaban a irse hacia el lugar de donde habían venido. 50 y pico de años después, lo mismo hacía la Triple A. Por solo analizar parte del siglo XX. En el medio, dictaduras varias intentaron silenciar mediante decretos (como el 4161, que prohibía decir la palabra Peron), planes de seguridad (como el plan CONINTES), o “simplemente represión”. Hoy, después de la dictadura, después de los asesinados en la democracia por fuerzas de seguridad (Teresa Rodríguez, Walter Bulacio, Miguel Bru, Cabezas, los 30 y pico de muertos del 2001, Kosteki y Santillan, Carlos Fuentealba, entre muchos otros casos), hay cosas que no se pueden hacer y se buscan argucias.

Esos ellos “que nos matan cuando salimos a la calle por dos pesos, para comprar droga”, son los que van a recapacitar y van a pensar las cosas 2 veces cuando se baje la edad de imputabilidad. No importa que el discurso choque contra su misma lógica. El recurso de repetir algo hasta el hartazgo para que parezca serio, todavía funciona. El “algo hay que hacer, Sra. presidenta, Sr. gobernador” (aunque ese algo se haya intentado un montón de veces, y todas las veces, a lo largo y a lo ancho del mundo, fracasó por los excesos cometidos) apura a la solución mágica. Hoy será bajar la edad de imputabilidad. Mañana, puede ser cualquier otra cosa, desde encerrar a cualquiera (cuando digo cualquiera me refiero a cualquiera) a partir de la sospecha, hasta la conformación de escuadrones que se dediquen a eliminar gente “sospechosa”. Todo porque algo hay que hacer, para conformar a la multitud enardecida.

El Estado de Derecho está en riesgo. Las tentaciones autoritarias para resolver en el corto plazo problemas que si o si son de resolución a largo plazo están a la vuelta de la esquina. La lucha por los Derechos Humanos exige hoy mas paciencia y mas militancia que nunca antes, pues la disputa no es contra un hecho concreto (torturas, apremios, etc), sino contra la construcción de un sentido común que busca la represión institucionalizada.

La provincia de Buenos Aires esta en una avanzada con el proyecto de contravenciones, pero en otras provincias, ignotos legisladores buscan publicidad con medidas represivas: en Mendoza, un legislador quiere prohibir que los menores de 18 años estén en la calle luego de las 11:30 (salvo que tengan autorización por los padres o tutores); en Salta, un legislador electo quiere reimplantar el servicio militar obligatorio “para darle contención” a los adolescentes; en nuestra provincia, el binomio Scioli-Stornelli quiere implantar un código contravencional que permite una amplísima discrecionalidad policial (con todo lo que ello significa) para llevar detenidos a todos aquellos que resulten sospechosos. Las razzias de los 80, que solo servían para la estadística de la policía, amenazan con volver. Las detenciones al voleo, por portacion de cara, también.

Los Derechos Humanos (que como su nombre lo indica, pertenecen a la humanidad, es decir, se aplica a cualquier ente que pueda probar ser un humano) tienen que ser una guía, un norte en el cual basarnos para construir una sociedad mas democrática y no una valla a la cual saltar o sortear, de acuerdo a los prejuicios ideológicos existentes, o a utilizar de acuerdo al color de piel de la persona.

Repasemos, entonces, que significa hasta ahora defender los “Derechos Humanos de las victimas”: invertir el principio de inocencia, dejar pasar “errores del procedimiento con tal de llegar al veredicto”, saltearnos pasos del proceso judicial para acelerar los tiempos de la justicia, bajar la edad de imputabilidad, detener por sospecha. Es decir, que todos aquellas personas que resulten sospechosas, vayan a la cárcel como sea, en nombre del miedo y la desconfianza, para que “dejen de matarnos como moscas”. Discutir cada uno de estor términos en cada ocasión que se presentan es casi un deber, de lo contrario, la construcción de un sentido común se hace inevitable.

No vamos a irnos a experiencias históricas que sucedieron hace mas de medio siglo. Con retrotraernos 33 años, a la Republica Argentina, vamos a encontrar ese Estado. Y es donde encontramos otro de los pilares de este pensamiento: “Esto, en la época de los militares, no pasaba”. Es una frase que, en algunos “círculos”, se dice en voz baja, con algún dejo de vergüenza, pero que se utiliza como la gota que lima la piedra. Que no haya una multitud escandalizada de que una patota ilegal golpea indigentes, los echa de donde están y les rompe sus escasas pertenencias, por un lado nos habla de la manipulación mediática que sufrimos en nuestro país, y por el otro de una sociedad acostumbrada a mirar para otro lado, para después asombrarse, indignarse y pedir justicia (ya con el “problema” resuelto).

Ahora que esta tan de moda proponer políticas de Estado, porque no aceptamos, como política de Estado, que no se violen los Derechos Humanos de nadie. Y que todo el mundo tenga acceso a la salud, la educación, al trabajo, a la seguridad, a la vida. Que nadie mas sea torturado en una comisaría, que dejen de desaparecer pibes, que se termine el gatillo fácil, que los que tengan que estar presos, lo estén, a través de un juicio justo, que el laburo, la salud y la educación brillen, pero por su presencia. Así todos podemos vivir en paz.

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